
Hace años que utilizo el viejo desván como estudio. Desde que era niño lo he percibido como un lugar extraordinario, lleno de objetos antiguos, con las vigas de la casa a la vista, mostrando parte de su esqueleto y de su historia. Es el lugar en el que di por terminado el “Bestiario del norte” que ahora ha publicado la Editorial La Felguera
A veces, de madrugada, me despierta el sonido que produce algún ratón correteando por el suelo del desván. A veces he fantaseado con que no sea un ratón, sino uno de esos diminutos genios nocturnos de carácter travieso que, como el “trasno” gallego o el “sumiciu” asturiano, se dedica a gastar bromas y a perturbar la paz del hogar haciendo desaparecer objetos cotidianos. Hace unos días, cuando me encontraba en el desván, desapareció un lápiz. No lo encontraba por ninguna parte y enseguida me acordé de esos pequeños seres mitológicos, hasta que fui a rascarme la oreja y allí estaba lápiz, donde lo coloco a veces cuando me estorba y no sé muy bien donde dejarlo.
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