jueves, 16 de febrero de 2017

Con el resentimiento hemos topado

 
Dos de los carteles de Alberto Guitián para el carnaval coruñés de 2017

Mi amigo y gran dibujante Alberto Guitián ha diseñado los carteles para el carnaval coruñés de este año. Entre los cuatro que ha hecho, hay uno en el que aparece una persona disfrazada de Papa, con nariz de payaso y zapatillas de andar por casa. Ahora ciertos sectores extremistas de la Iglesia se le han echado encima, aunque culpan sobre todo al actual gobierno coruñés de la Marea Atlántica. El Arzobispo de Santiago ha protestado oficialmente diciendo que hiere los sentimientos de los creyentes y la asociación ultracatólica Abogados Cristianos y el Partido Popular han exigido la retirada del cartel.
Como bien dice Alberto Guitián: Carnaval siempre ha sido una fiesta pagana. Se está sacando de contexto, como suele pasar en estos casos. Los carteles vistos en su conjunto son otra cosa. Son una serie de personajes populares del carnaval, entre los que destacan aquellos provenientes de “poderes fácticos”, como la monarquía, el aparato militar o la Iglesia. (ENLACE a la noticia)
¿Por qué no se moviliza esta parte tan radical de la Iglesia con la rapidez que lo ha hecho en esta ocasión con otros temas que parecen ser de mayor relevancia? ¿Por qué no se moviliza con la corrupción política, con los desahucios o con los casos de pederastia que aparecen en su propio seno llegando incluso en ocasiones a taparlos o acallarlos?
Uno se hace estas preguntas y resulta realmente ridículo que se movilicen por un cartel como el de Guitián. Parece obvio que este cartel no ofende a nadie, o por lo menos a nadie que no tenga ganas de sentirse ofendido. O todo esto viene a ser una excusa para atacar al gobierno de turno, o se trata de simple resentimiento convertido en deseo de venganza. Lo más probable es que se junten las dos cosas. Donde unos pocos ven una ofensa imperdonable, estoy seguro de que la mayoría de la sociedad ve algo carente de importancia. Parece que en estos tiempos de desenfrenada corrección política, lo mejor sería hacer carteles sin imagen alguna y utilizar tan solo texto para intentar que nadie se ofenda. Pero no se engañen, también utilizando carteles de diseño meramente tipográfico habría gente que se sintiese ofendida. Habría quien detestase la tipografía Helvetica, quien no pudiera ver ni por asomo la Times New Roman, quien pusiera el grito en el cielo por ver cómo se utiliza la Courier new y pidiese que se azotase en público al diseñador de turno. Tan absurdo como esto me parece la polémica del cartel del disfraz de Papa.
No, este cartel no ofende a nadie. Se trata de otra cosa. En realidad la gente que se ofende no parece saber que son sus propios pensamientos y resentimientos los que les hieren. Nada más, y nada menos.

Un retrato que le hice al gran Guitián hace algunos años.
Y pinchando aquí accederá a su página web: http://www.albertoguitian.com/


jueves, 9 de febrero de 2017

La muerte como retrovisor

Retrato de Tim Behrens

A menudo la muerte funciona como un retrovisor algo empañado. Un día recibes la noticia de la muerte de alguien a quien conociste y, de golpe y porrazo, ves como los fantasmas del pasado hacen su aparición atravesando una densa niebla que no sabes de dónde ha salido.
Eso es lo que me ha pasado al enterarme de la muerte de Tim Behrens, pintor inglés que llevaba treinta años viviendo en A Coruña y a quien traté algo en cierta época.
Tim Behrens perteneció a la llamada Escuela de Londres y fue amigo de pintores tan célebres como Francis Bacon, Lucian Freud, Michael Andrews o Frank Auerbach. Existe una fotografía en la que aparecen los cinco sentados a una mesa del restaurante Wheelers de Londres. Tim Behrens fue además retratado por Freud y Andrews. El retrato pintado por Lucian Freud se vendió en el año 2005 por seis millones de euros. El retrato realizado por Michael Andrews pertenece a la colección del museo Thyssen-Bornemisza y puede verse en la pinacoteca madrileña.
Con Tim Behrens solía encontrarme sobre todo en la taberna A Nova Pataca, regentada por José Filgueiras en la calle Huertas. Teníamos algún buen amigo en común, como el escritor y cineasta argentino José Luis Ducid. En A Nova Pataca, algunos artistas exponíamos con frecuencia nuestras pinturas. Era una época, finales de los años noventa y principios de los años dos mil, en que se vendía bien y nadie hablaba de crisis.
Recuerdo que un día Tim Behrens se interesó mucho por uno de mis cuadros y terminó comprándolo. Al día siguiente llevé otro cuadro para ponerlo en el lugar que había quedado vacío y, nada más verlo, Tim me dijo que le encantaba y que quería cambiármelo por el que había comprado el día anterior. Como era de un tamaño semejante, accedí a ello sin sobrecoste alguno, pero con el temor de que ese intercambio se repitiese cada vez que repusiese algún cuadro. Mi temor era infundado, finalmente se quedó con aquel segundo cuadro. Me pregunto ahora qué habrá sido de él.
Recuerdo que otro día comimos en El Sotano, restaurante hoy desaparecido, situado en la calle Juana de Vega y que, tal y como su nombre indicaba, se encontraba en el subsuelo y había que bajar unas escaleras para acceder a su comedor. Allí estábamos aquel mediodía Tim Behrens, la artista Diana Aitchison –mujer de Tim-, la hermana de esta –cuyo nombre he olvidado-, José Luis Ducid y mi amigo el pintor Branda. Por la tarde, tras comer con vino y tomar unas copas, caminamos con alegría por el centro de la ciudad en dirección a una galería en la que yo tenía una exposición. De pronto Tim Behrens se paró en mitad de la calle y, con una gran sonrisa, dirigiéndose a Branda y a mí, dijo: ¡Qué bien! ¡Somos pintores! Tim tendría entonces unos sesenta años y nosotros veintitantos, y el entusiasmo con que dijo aquello, un entusiasmo tan infantil como sincero, me pareció maravilloso. Quien le oyese podría pensar incluso que aquel sesentón alto, delgado y pálido era más joven que nosotros.
Otro día, con mi vida asentada ya en Bilbao, José Luis Ducid me envío una foto por sms en la que aparecía Tim Behrens con un gorro de lana cubriendo su cabeza y un parche en su ojo derecho debido a un problema ocular; parche que le acompañaría hasta el final de su vida, convirtiéndole en un personaje que parecía salido de una novela de Melville, Conrad o Stevenson. No tardé nada en hacerle un retrato a partir de aquella foto, después lo escaneé y se lo envié a Ducid. No sé si Tim llegó a verlo.
Durante los últimos diez años no he vuelto a coincidir con Tim Behrens, tenía noticias de que no se encontraba muy bien y de que bebía demasiado, cosa que siempre hizo con gran elegancia. Me dijeron que había dejado de pintar y que se dedicaba a escribir poemas un día sí y otro también en la Cafetería Calipso de la calle San Andrés.
La literatura era otra de sus grandes pasiones. La editorial Ediciones del Viento publicó dos de sus libros, Poniéndose ya el abrigo, que cuenta las peripecias de Tim y su mujer para establecerse finalmente en Galicia, y El Monumento, novela que narra la trágica historia de amor de su hermano Justin con una condesa húngara.

A menudo la muerte funciona como un retrovisor algo empañado que, al final, sin saber muy bien cómo ni por qué, termina por desempañarse dejando ver en el horizonte esos recuerdos que uno había olvidado y que parecen pertenecer a otras vidas, en otras galaxias. 

Tim Behrens, Lucian Freud, Francis Bacon, Frank Auerbach y Michael Andrews

Retrato de Tim Behrens realizado por Lucian Freud en 1963

Retrato de Tim Behrens realizado por Michael Andrews en 1962

Tim Behrens en la taverna A Nova Pataca, con José Filgueiras poniéndole un vino.

"Convalecencia" (Autorretrato de Tim Behrens)