En EL DIARIO MONTAÑÉS (9/5/2016)
Por Javier Menéndez Llamazares
(ENLACE)
El trazo a ciegas de Pablo Gallo
El arte, como todo, tiene sus riesgos, que van mucho más allá de lo que aparentemente pudiera pensarse. Y es que puede que la génesis de esta nueva obra de Pablo Gallo, el pintor más literario de la independencia española, esté en un daño colateral, un efecto secundario más que crónico, permanente, de un golpe sufrido por el artista en edad infantil que le llevó a descubrir un miedo hasta entonces desconocido: el de perder la vista. Y es que, aunque fuera en pantalón corto, Gallo ya era entonces pintor, porque lo suyo es congénito, casi con absoluta seguridad. Posteriormente, seducido por el mito de Tiresias –cegado por los dioses, Zeus le compensaría con una ‘segunda visión’: el don de la adivinación y el poder de comunicarse con los difuntos–, la escucha de la ‘Música para tocar en la oscuridad’ del grupo Coil le inspiró una performance con la que conjurar sus propios miedos. Serían sus exitosas ‘Sesiones psicográficas’, en las que el pintor, acompañado por la banda sonora que improvisa el músico Iago Alvite, dibuja con los ojos tapados por una máscara; una especie de ritual pagano y ampliado por cámara de vídeo, cuyo carácter efímero se confirma con la destrucción de todo lo creado, al final de la sesión.
‘Dibujar en la oscuridad’ es, pues, a la vez, guía y memoria de una de las propuestas artísticas más innovadoras de los últimos años. Esoterismo, arte conceptual e historia de la cultura popular se funde en este cóctel exquisito. Por un lado, documenta el surgimiento de la idea, la técnica empleada y hasta los resultados, reproduciendo varias de las ilustraciones producidas por Gallo en sus sesiones con los ojos cerrados. Por otro, es una obra de literatura experimental, en la que a la manera de un alquimista juega con la mágica cabalística del número quince –los puntos del ‘cuadrado mágico’, pero también explora sus raíces cátaras y hebraicas– y sintetiza una especie de manifiesto en quince puntos, en los que el autor se habla a sí mismo, cada uno acompañado de citas que más parecen invocaciones, a cargo de William Blake, Marcel Duchamp, Aldous Huxley, H.P. Lovecraft…, condensando buena parte de las inquietantes influencias que han ido conformando el universo creativo del pintor. Habla de sus intenciones, describe las sensaciones durante la sesión y los pensamientos que le inspiran, siempre con el mismo comienzo, «y me digo que»: «la música propicia el trance»; «una máscara siempre ayuda a ser otro»; «los dibujos hechos a ciegas son mensajes llegados del Otro Mundo».
Casi la mitad del libro está ocupado por un pequeño ‘Diccionario de artistas espiritistas’, en el que Pablo Gallo nos presenta a una quincena –de nuevo su número mágico– de enigmáticos personajes que, pese a parecer salidos de su imaginación, son en realidad los pioneros del ocultismo entendido como una de las bellas artes. Cada uno, además, está retratado por el pintor, en el estilo tan característico de Gallo. El único español biografiado es el canario José Reyes Martín, «alegre dueño de una fábrica de puros», que fuera además elegido alcalde de su pueblo durante la I República.
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