A veces es un placer pintar a lo
grande. Sobre todo cuando llevo una buena temporada pintando o dibujando en formato
pequeño y, de pronto, vuelvo a enfrentarme con lienzos más grandes que el
tamaño de mi persona. Todo se convierte entonces en una especie de combate. Una
batalla que termina cuando la tela y yo pactamos rendirnos a un mismo tiempo. Otro pacto entre materia y superficie.
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