Hay un autorretrato de William Blake en uno de los estantes de la
librería. Leire lo mira y, a sus casi tres años, me pregunta quién es. Yo le digo
que se llama William Blake y ella lo repite como puede. Dice algo así como Lianblei.
Le llama mucho la atención. A veces la sorprendo observándolo ensimismada. Ayer,
después de cenar, se empeñó en que quería jugar con William Blake. Al principio
creí que quería jugar con su autorretrato, agarrar ese papel y arrugarlo o
hacerlo añicos. Pero no se trataba de eso y se enrabietó porque no la entendía.
Hasta que le pregunté si quería que William Blake viniese a casa. Entonces dijo
que sí. Lo que en realidad quería era que William Blake en persona jugase con
nosotros. Tragué saliva y le dije que vendría otro día, que ya era tarde y que
tanto William Blake como ella pronto debían irse a dormir.
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4 comentarios:
Son tan geniales.
Y nosotros, ya te lo dije, destrozando esa genialidad con nuestra realidad.
Besos.
Bella entrada.
Lara, son tan geniales que a veces dan miedo! ;)
Gracias, Carla. El merito es de Leire.
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