Cuando empecé a hacer los retratos para el
libro Tiempo muerto, pensé en la
pintura escurriéndose, los rostros desapareciendo, diluyéndose en el papel como
una metáfora del paso del tiempo o de la muerte. Pero enseguida me di cuenta de
que se trataba de todo lo contrario. Son apariciones, fantasmas que surgen del
papel tras ser invocados por José Fernández de la Sota a través de sus textos.
A partir de entonces, me tomé la realización de cada retrato como una pequeña
sesión de espiritismo. Al fin y al cabo, algo hay a menudo de posesión demoníaca
cuando uno se concentra en la acción de dibujar o escribir y dedica su vida a
ello.
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