Alguien me envía un e-mail con el asunto “Pintura
antigua”. Adjunta una fotografía del reverso de un lienzo. Aparecen una firma, una fecha y un
lugar: “P.Gallo, Navidad 1955, Mex. D.F.”. Me pregunta si conozco esa firma. Miro
la fotografía durante unos segundos. Enseguida me digo que nada sé de la firma
de ese cuadro. Aunque acostumbro a utilizar la firma “P. Gallo”, en 1955 todavía
faltaban 20 años para que yo naciese. Barajo posibilidades. No es nada
descabellado pensar que hace más de medio siglo vivió en México un pintor llamado
Pablo Gallo. También es posible que esa P perteneciese a otro nombre, por
ejemplo a Pedro, Pascual o Pancracio. Otra posibilidad que se me pasa por la
cabeza es esta: en el futuro tengo acceso a una máquina del tiempo, viajo al
pasado, concretamente a México D.F. en el año 1955, y firmo ese cuadro que de
momento desconozco y que ahora alguien me envía a través de un misterioso e-mail con el
asunto “Pintura antigua”.
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