viernes, 4 de junio de 2010

breves memorias madrileñas (2010)

Día 1 / viernes 28 de mayo

Recuerdo haber subido a un tren en Bilbao a las 9 de la mañana y haber llegado a Madrid a las 2 de la tarde. Recuerdo, durante el trayecto, ir leyendo con entusiasmo Diario de las especies (Editorial Barataria) de Claudia Apablaza, escuchando a Depeche Mode y a Nick Cave en mi mp3 y mirando por la ventana de vez en cuando. Recuerdo, una vez en Madrid, haber ido en metro al barrio de Malasaña, a un piso muy próximo a la plaza Dos de mayo y a la librería Arrebato (lugares que frecuenté esos días). Recuerdo a André dejándome las llaves mientras se preparaba para ir a una boda. Recuerdo que durante mi estancia en Madrid mi anfitrión fue un gato llamado Isidro. Recuerdo haber ido al café Pepe Botella a las 8 de la tarde y, nada más entrar, ver a Luna Miguel junto a la ventana, posando para un fotógrafo. Recuerdo haber visto llegar poco después al escritor newyorkino Lawrence Schimel, con quien yo había quedado allí, y mientras él se acercaba a saludar a Luna, recuerdo haberme acercado también yo y presentarme a los dos. Recuerdo haber mantenido una charla muy interesante con Lawrence. Recuerdo despedirme de él a las 9 y entrar entonces a la Librería Arrebato para preguntar por un lugar llamado Los Diablos Azules, donde Sofía Castañón me había dicho que algo iba a haber. Recuerdo haber llegado a Los Diablo Azules sin saber que o quien habría allí. Recuerdo encontrarme entonces con que, además de Sofía Castañón, también estaba allí Claudia Apablaza. Recuerdo presentarme a las dos cuando hubo terminado el recital. Recuerdo salir de allí con un grupo de unas quince personas y recorrer las calles de Malasaña y sentarnos en una plaza hasta que Claudia propuso acudir a una fiesta del grupo editorial Contexto (Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm-Papel de Liar, Impedimenta, Nórdica, Periférica, Sexto Piso). Recuerdo alejarnos los dos de aquella plaza y sus gentes, camino del metro, y algo más tarde llegar a la Puerta del Sol, y sacar mi mapa, y buscar la calle Hileras, y caminar, y llegar entonces a la discoteca Dreams, donde se celebraba la fiesta. Recuerdo, nada más entrar, encontrarnos con Julián Rodríguez, y presentármelo Claudia, y darme él buenas noticias sobre un proyecto con dibujos míos para su Editorial Periférica. Recuerdo que también me presentaron a Eloy Fernández Porta, a Marian Womack (Editorial Nevsky Prospects), a Jesús Egido (Editorial Rey Lear), y a otras muchas personas que ahora no recuerdo. Recuerdo encontrarme allí con Eduardo Riestra (Ediciones del Viento), el editor de El libro del voyeur. Recuerdo a Luna e Ibrahim en la barra. Recuerdo a Luna haciéndome una fotografía. Recuerdo haber dicho Hola, encantado, un placer, hasta luego a mucha gente. Recuerdo, como algo muy raro, el hecho de conocer de golpe a muchas personas a las que, hasta entonces, tan sólo conocía a través de Internet. Recuerdo haberme extrañado bastante al ver que todas ellas parecían, a simple vista, personas de carne y hueso. Recuerdo, o creo recordar, que hablé con alguien cuyos ojos se pixelaban. Recuerdo sentirme como un intruso en aquel festín editorial. Recuerdo haber sido un actor contratado para interpretar a un tal Pablo Gallo. También recuerdo haberme divertido. Recuerdo, algo más tarde, ya en la calle, a Claudia Apablaza preguntándole al portero de la discoteca por dónde podía volver a casa. Recuerdo que después anduvimos hasta la Puerta del Sol y allí nuestros senderos se bifurcaron. Recuerdo entonces caminar hasta Malasaña atravesando la calle Montera mientras observaba el contoneo de un sinfín de prostitutas y travestis.
No recuerdo a que hora llegué a casa.

Día 2 / sábado 29 de mayo

Recuerdo haber salido a la calle a eso de las 11 de la mañana. Ver a una pareja en la calle. Resultarme ella conocida. Creer que era una coruñesa llamada Mónica Nión. Decir su nombre en voz alta y ella volverse hacia mí. Mirarme extrañada mientras se quitaba las gafas de sol y me preguntaba quién eres. Sorprenderse al decirle mi nombre y sorprenderme yo de que ella fuese quien yo creía. Hablar un rato y después despedirnos. Caminar entonces sin rumbo durante media mañana.
Recuerdo haber ido a la Feria del Libro, en el parque del Retiro, a las 5 de la tarde. Haberme encontrado, poco después, como por arte de magia, entre tanta gente, a mi amiga Estíbaliz Espinosa, cargada todavía con su maleta y recién llegada en avión desde La Coruña. Haber recorrido la feria con ella siendo nuestra primera vez allí. Y el calor. Y muchedumbres sudorosas caminando como zombis. Lo recuerdo. Y haber buscado un chiringuito en el que tomar algo. Haber escuchado entonces, mientras permanecíamos sentados en una terraza, los nombres de insignes escritores que firmaban sus obras en diferentes casetas. Y haber escuchado de pronto que Enrique Vila-Matas firmaba en ese momento en la número 275. Y sin saber que estaría allí, darse la casualidad de que el día anterior me había comprado yo un librito suyo, titulado Ella era Hemingway, No soy Auster (Alfabia, 2008). Haber decidido acercarme para que me lo firmase, pero pasar antes por la caseta de Ediciones del Viento, para llevarle así un ejemplar de El libro del voyeur. Habérselo dedicado por el camino y haberme encontrado a Eloy Fernández Porta y haberle mostrardo mi libro. Haber llegado a la caseta donde firmaba Vila-Matas y ponerme a la cola, a esperar mi turno. Lo recuerdo. Haberme presentado y haberle dicho mi nombre y haber estrechado su mano  y decirme él que había oído que andaría yo por la feria. Haberme firmado sonriente y sudoroso su librito y haber recogido con agrado El libro del voyeur. Lo recuerdo. Haber abandonado el lugar contento.
Recuerdo haber ido después hasta la caseta de la editorial Alpha Decay con Estíbaliz. Haber comprado Exhumación de Luna Miguel y dedicármelo la autora y hacernos una foto a Estíbaliz y a mí. Haber ido entonces a la caseta de Ediciones del Viento, donde había quedado a las 7 con Sofía Rhei. Haber tomado con ella y con Estíbaliz algo en otra terraza. Pasar Pilar Adón y saludarnos de manera fugaz, apresurada por llegar a firmar ejemplares puntualmente. Habernos dirigido algo más tarde al Pabellón Carmen Martín Gaite, lugar donde se presentaría el El libro del voyeur. Haber estado allí con varios de los autores que colaboran en el libro: Ana Muñoz de la Torre, Alberto Olmos, Óscar Esquivias, Lawrence Schimel, Marcelo Luján, José Ángel Barrueco, Claudia Apablaza, Estíbaliz Espinosa, Sofía Rhei, Sofía Castañón, Antonio Gómez Rufo. Haber realizado Eduardo Riestra, el editor, una presentación original y diferente, en la que varios aspirantes decían ser Pablo Gallo. Haber deseado que cualquiera de ellos ocupase mi lugar. Pero, finalmente, tras una votación del público a mano alzada, tener que ser yo Pablo Gallo una vez más, otra vez.
Recuerdo, a eso de las 9 y media, cuando la luz era ya crepuscular y la feria empezaba a verse desierta, haberme sorprendido gratamente al encontrarme con Ludi, una tía de mi madre, y sus hijas; gente que proviene de Los Altos de Burgos y vive en Madrid, y que nada sabían de que yo andaría por allí.

Día 3 / domingo 30 de mayo

Recuerdo haber pasado por el café Entrelíneas esa mañana (donde días después tendría que preparar una exposición) para ver si los paquetes con las obras habían llegado bien.
Recuerdo haber ido a comer a casa de Óscar Esquivias. Acompañarle a comprar el pan y hacer una foto por el camino a un bar llamado La Pampa, de un extraño aire hopperiano castizo. Pasarlo muy bien con Óscar y su pareja. Disfrutar comiendo salmorejo, saquitos hojaldrados de bacalao, de setas, de verduras, y una lubina muy rica, todo ello regado con un vino ribera del duero llamado Altos de Tamarón.
Recuerdo haber acudido después a la Feria del libro con Óscar, a firmar ejemplares de nuestros libros, y no haber firmado ni media docena, pero andar por allí el poeta Luis Alberto de Cuenca y maravillarse con El Libro del voyeur y pedirme que se lo dedicase y dedicarme él un libro suyo con dibujos de Miguel Ángel Martín, titulado Hola, mi amor, yo soy el lobo… (Editorial Rey Lear)
Recuerdo haber pasado un calor infernal en la caseta, y volver ese día a casa imaginando que mi cuerpo se derretía rápidamente, a cada paso, como si mi carne se hubiese transformado en manteca de cerdo.

Día 4 / lunes 31 de mayo

Recuerdo haber pasado la mañana deambulando por el centro, por la Gran Vía, por la Puerta del Sol, por la Plaza Mayor. Haber realizado unas cuantas fotografías y sentirme como un turista de tres al cuarto. Pero un turista feliz, uno de esos turistas tan felices como ingenuos.
Recuerdo haber quedado a las 13:30 con Pablo Baldor, amigo de la infancia, actor y director de la escuela de teatro Acción-Escena. Haberme enseñado su escuela y haber visto a ciertos alumnos preparando ciertas escenas en ciertas aulas. Haber salido después a la calle, para ir a comer juntos, y entonces darme él un casco y, sin esperarlo, saber que iríamos en moto al restaurante. Haber recorrido las calles de Madrid motorizados. Haber ido hasta la Plaza del Ángel y haber comido allí en un restaurante llamado Ginger. Haber subido de nuevo a la moto y haber recorrido el centro de Madrid y dirigirnos después a un barrio llamado La latina y allí, en la plaza de La Paja, haber tomado un mojito delicioso en una terraza. Y más tarde, de nuevo en moto, haberme llevado Pablo Baldor a Malasaña, donde nos despedimos los dos encantados y emocionados con nuestro encuentro.
Recuerdo haber ido a eso de las 7 al café Pepe Botella. Haber visto aparecer allí, al poco tiempo, sin esperarlo, a Claudia Apablaza acompañada de una amiga, una poeta chilena llamada Paula Ilavaca. Y después aparecer Luna Miguel, y Ana S. Pareja (Editorial Alpha Decay), y sentarnos todos juntos, y charlar. Haber ido a continuación todos a la Librería Arrebato, a la presentación de Diario de las especies, el libro de Claudia Apablaza que leía yo días atrás con gran entusiasmo en el tren. Haberlo presentado Ana S. Pareja y haber charlado después las dos sobre el libro. Haber realizado yo una serie de fotos pensando en hacer un video. Tras la presentación, haber caminado hasta un garito llamado El rincón, creo que en la calle Espíritu Santo. Haber escuchado decir que había una fiesta en La Casa Encendida, y apuntarme a ir allí con las tres chilenas, Claudia Apablaza, Paula Ilavaca y Mariela Malhué. Haber llegado a La Casa Encendida y toparnos con una fiesta muy apagada. Habernos encontrado por allí con Jorge Cid y Rafael, chileno el primero y venezolano el segundo. Haber ido todos a tomar algo a Lavapies.
Ya de madrugada, recuerdo haber tomado un taxi. Y recuerdo también, allí, dentro del vehículo, haber regresado a casa con la sensación de haber atravesado alguna puerta espacio-temporal y haber estado en Chile. Esa misma noche.

Día 5 / martes 1 de junio

Recuerdo haber ido al café-librería Entrelíneas para preparar la exposición. Desembalaje. Distribución. Colgar las obras. Un par de horas allí y todo listo.
Recuerdo, por la tarde, tras una llamada de Claudia, quedar en el exterior de la Librería Arrebato con la banda chilena. Acudir con ellos hasta el café-librería Entrelíneas a ver mi exposición. Después despedirnos hasta la noche. Acudir entonces yo al café Pepe Botella una vez más y, tras media hora allí, otra vez de vuelta al café Entrelíneas para inaugurar la exposición. Recuerdo que tras el acto salí de allí con Lawrence Schimel, y nos despedimos en la calle, y yo entré en el metro, y me dirigí hacia un lugar llamado La Piscifactoría, en la calle Delicias, en busca de la banda chilena. Al llegar, encontré a Paula Ilavaca en plena performance, bebiendo perlas con ayuda de unos leves tragos de agua. Me recuerdo boquiabierto ante aquella imagen.
Recuerdo regresar a casa en taxi, intentando desentrañar a través de la ventanilla mi noche interna.

Día 6 / miércoles 2 de junio

Recuerdo acudir este último día a la Casa de Galicia en Madrid, junto al Museo del Prado, e informarme para exponer allí, en la prestigiosa sala que poseen. Recuerdo hablar con el responsable y, tras mostrarle mi dossier y El libro del voyeur y decirle que soy coruñés, decirme que debo cubrir un impreso pero que con toda seguridad no tendré el menor problema para exponer en sus instalaciones, quizá dentro de un año o más, debido a la agenda, pero sí, parece que así será.
Recuerdo, tras dar un último paseo por la Feria del Libro y como despedida y cierre del viaje, haber comprado un libro de Macedonio Fernández titulado Papeles de Recienvenido y Continuación de la Nada (Barataria, 2010).
Recuerdo haber tomado una última coca-cola en el café Pepe Botella.
Recuerdo haber ido a la estación de Chamartín a las 3 de la tarde.
Recuerdo.
Lo hago mientras viajo en tren. De regreso a Bilbao.
Recuerdo y escribo estas breves memorias madrileñas dudando del sentido de tanto recuerdo. Recuerdo que el escritor francés Alphonse Karr dejó escrito que sólo se inventa mediante el recuerdo. Y entonces recuerdo también que Vila-Matas tiene un libro titulado Recuerdos Inventados que comienza así:
Voy delante de esa expedición que todos hemos soñado alguna vez y, entre mis recuerdos, está el haberle oído decir al escritor italiano Antonio Tabucchi que en cierta medida la literatura es como el mensaje de la botella, pues también depende de un receptor, ya que así como sabemos que alguien, una persona indefinida, leerá nuestro mensaje de náufragos, también sabemos que alguien leerá nuestro escrito literario, un alguien que más que destinatario será cómplice, en la medida en qué habrá de ser él quien le confiera sentido a lo escrito.
Recuerdo que hace ya varias horas que viajo en este tren intentando recordar. Y nada más sentarme, cuando el vagón aún permanecía inmóvil, recuerdo que imaginé la ciudad, Madrid, anclada en un bucle infinito, y entonces el tren se puso en marcha, y sentí que todo quedaba atrás, y dejaba de fluir, y de latir, lentamente, como un animal moribundo que ya ni siquiera patalea.

2 comentarios:

carmen dijo...

Leyendo estas memorias madrileñas intuyo que has disfrutado de esa estancia en la capital.
Me alegro .
Saludicos.

Anónimo dijo...

Isidro lindo