(tinta sobre papel, 29 x 21 cm, abril 2009)
Gamberros rockeros adolescentes toman por asalto las calles de todas las naciones. Irrumpen en el Louvre y arrojan ácido al rostro de la Gioconda. Abren puertas de zoos, manicomios, cárceles, revientan las conducciones de agua con martillos neumáticos, rompen a hachazos el suelo en los lavabos de los aviones comerciales, apagan faros a tiros, liman los cables de ascensor hasta dejar un solo hilo, conectan las alcantarillas a los depósitos de agua, arrojan tiburones y rayas, anguilas eléctricas y candirús a las piscinas (el candirú es un pez pequeño en forma de anguila o gusano de medio centímetro de grosor y de unos cinco de largo que circula por ciertos ríos de mala reputación de la cuenca del Amazonas, y que se cuela por la picha o por el culo, o por el coño de las mujeres faute de mieux, y se queda allí enganchado gracias a sus espinas afiladas sin que se sepa bien con qué objeto porque no ha habido ningún voluntario que observe in situ el ciclo vital del candirú), meten el Queen Mary a toda máquina en el puerto de Nueva York vestidos de marineros, hacen carreras con aviones y autobuses de pasajeros, irrumpen vestidos de bata blanca en hospitales y clínicas llevando serruchos y hachas y bisturíes de un metro de largo; sacan a los paralíticos de sus pulmones de acero (imitan sus ahogos revolcándose por el suelo con los ojos desorbitados), ponen inyecciones con bombas de bicicleta, desconectan riñones artificiales, cortan a una mujer por la mitad con una sierra quirúrgica de dos manos, meten piaras de cerdos gritones en la Bolsa, cagan en el suelo de las Naciones Unidas y se limpian el culo con tratados, pactos, alianzas.
(Fragmento de El almuerzo desnudo, de William Burroughs)
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