martes, 14 de enero de 2014

El desenlace


El próximo sábado 18 de enero terminará mi exposición "Salón de las mutaciones" en La Casa De Atrás (Iturribide 39, Bilbao) con una celebración especial: un show en el que se proyectarán mis fotografías de animales muertos mientras relato mis encuentros con sus espíritus, todo ello envuelto por la música endemoniada de Carlos G. De Marcos
Dejo aquí dos de las fotos que podrán verse con dos de los textos que leeré:

Todo empezó con aquella vaca muerta. Entonces yo tenía doce años. El cadáver apareció a las afueras del pueblo.  Un grupo de niños nos acercamos hasta el lugar alertados por una bandada de buitres. Poco después, agazapados tras unos arbustos, vimos cómo aquellas aves carroñeras devoraban los restos de la vaca. Al día siguiente, sin la presencia de los buitres, regresamos al lugar. Yo llevaba la cámara de fotos que me habían regalado por la primera comunión. Recuerdo que el cadáver desprendía un olor nauseabundo. Me acerqué lentamente y apreté el disparador mientras aguantaba la respiración. Desde entonces, como si de un ritual animista se tratase, no he podido dejar de inmortalizar a todos los animales muertos que se han ido cruzado en mi camino. 

Una mañana, hace muchos años, mi madre compró unas codornices. Compró unas codornices y al llegar a casa les cortó la cabeza. Tuve la gran suerte de pasar por la cocina antes de que tirase aquellas cabezas a la basura. Cogí dos de ellas y las puse sobre la mesa. Antes de fotografiarlas, abrí el pico de una simulando que le hablaba a la otra. Entonces me pareció escuchar que le susurraba algo. Un secreto terrible.


jueves, 9 de enero de 2014

Un dibujo del primer viaje

Hace unos días me llevé una alegría enorme. Casi veinte años después, habiéndolos olvidado por completo, encontré algunos dibujos del 28 de diciembre de 1995. Primer viaje lisérgico. Viaje iniciático de una intensidad inefable. Cuatro amigos de veinte años que, perdidos en los montes y bosques de Friol, nos transformamos en poco tiempo en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Cósmico. Salimos de la casa por la mañana y echamos a andar sin rumbo. Una luz cegadora comenzó a arder en nuestro interior mientras creíamos caminar en círculos. Dejamos atrás un sinfín de senderos que se dilataban y se contraían y se bifurcaban una y otra vez como torbellinos espaciotemporales de naturaleza desbocada. Hasta que llegamos a la cima de aquellas descomunales rocas sagradas. Entonces lo comprendimos Todo y Todo cuanto nos rodeaba nos comprendió a nosotros. Al atardecer regresamos a la casa como deidades rotas que hubiesen peleado durante años contra cientos de dragones. Todavía con perpetuas visiones elásticas y una inverosímil música demente recorriendo nuestras venas, nos pusimos a dibujar. A mí se me ocurrió plasmar lo que había ocurrido durante el día y aquello se convirtió en una tarea disparatada de la que nació este parco dibujo que, ahora, casi veinte años después, acabo de enmarcar y colgar en un lugar privilegiado del lugar en el que vivo.