(tinta sobre papel, 29 x 21 cm, 2009)
-
-¡Váyase al demonio! -me dijo sin dejar de fruncir el entrecejo.
-Bueno, me iré al demonio, pero dígame, ¿cree que hay alguna posibilidad de que su mujer y la señora Kingsley se fueran juntas?
-No le entiendo.
-Es posible que mientras usted ahogaba sus penas ellas dos tuvieran una discusión, que luego se reconciliaran y lloraran la una en el hombro de la otra. Es posible también que la señora Kingsley llevara a Muriel a algún sitio. En algún coche tuvo que irse, ¿no?
Era una tontería, pero él se la tomó muy en serio.
-No, Muriel no es de las que lloran en el hombro de nadie. La hicieron incapaz de llorar. Y si le hubiera dado por hacerlo, no lo habría hecho en el hombro de esa zorra. En cuanto a lo del coche, ella tiene su Ford. No puede conducir el mío porque tiene cambiados los pedales por lo de mi pierna.
-Ha sido sólo una idea que se me ha pasado por la cabeza.
-Pues si se le pasa alguna más como ésa, déjela que siga su camino.
-Para ser un tipo que abre el corazón al primer desconocido que llega -le dije-, es usted la mar de susceptible.
Dio un paso hacia mí.
-¿Quiere ver lo susceptible que soy?
-Oiga, amigo -le dije-, estoy haciendo todo lo posible por convencerme de que es fundamentalmente una buena persona. Ayúdeme un poco, ¿quiere?
-Bueno, me iré al demonio, pero dígame, ¿cree que hay alguna posibilidad de que su mujer y la señora Kingsley se fueran juntas?
-No le entiendo.
-Es posible que mientras usted ahogaba sus penas ellas dos tuvieran una discusión, que luego se reconciliaran y lloraran la una en el hombro de la otra. Es posible también que la señora Kingsley llevara a Muriel a algún sitio. En algún coche tuvo que irse, ¿no?
Era una tontería, pero él se la tomó muy en serio.
-No, Muriel no es de las que lloran en el hombro de nadie. La hicieron incapaz de llorar. Y si le hubiera dado por hacerlo, no lo habría hecho en el hombro de esa zorra. En cuanto a lo del coche, ella tiene su Ford. No puede conducir el mío porque tiene cambiados los pedales por lo de mi pierna.
-Ha sido sólo una idea que se me ha pasado por la cabeza.
-Pues si se le pasa alguna más como ésa, déjela que siga su camino.
-Para ser un tipo que abre el corazón al primer desconocido que llega -le dije-, es usted la mar de susceptible.
Dio un paso hacia mí.
-¿Quiere ver lo susceptible que soy?
-Oiga, amigo -le dije-, estoy haciendo todo lo posible por convencerme de que es fundamentalmente una buena persona. Ayúdeme un poco, ¿quiere?
Fragmento del libro de Raymond Chandler titulado La Dama del lago, extraído del blog del escritor José Ángel Barrueco: http://thekankel.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario