Me
he enterado, a través de Alberto Lodeiros, de que ha muerto Caamaño, mítico
personaje de la escena underground y rockera coruñésa, y le he hecho un retrato
a modo de homenaje. Le había retratado ya alguna vez cuando, hace mil años, nos
encontrábamos a veces en el local de ensayo que tenía en su casa Emilio
(Lascivos). Siempre me llevé bien con Caamaño. En una ocasión me compró un
dibujo; me lo pagó a plazos pero cumplió. Tiempo después me confesó, apenado,
que lo había tenido que vender para pagarse los vicios. Me alegró pensar que seguramente
sacó bastante más de lo que me había pagado a mí. Me acuerdo de su voz pausada,
arrastrando la R, y sus ojillos chispeantes y la eterna pregunta que soltaba
tras saludarte: ¿Tienes una truja? A lo que yo siempre respondía que sí. Cuando
me fui a vivir a Bilbao, en 2005, le perdí la pista. Creo que la última vez que
le vi fue hace 15 años, en un concierto que dio Corcobado en la Sala Filomatic.
En aquella ocasión, después de darnos un abrazo, también me preguntó si tenía una
truja, pero entonces yo llevaba ya 5 años sin fumar y tuve que decirle que no,
que lo había dejado. Después escuché que había pasado una temporada en la
cárcel, y ya no volvimos a encontrarnos. Recuerdo que una vez me contó que
cuando iba de tripi leía mensajes en las matrículas de los coches, aparecían
palabras en vez de números. Lo que me hizo pensar en aquella idea de Percy
Shelley: que el mundo está hecho de fragmentos de un larguísimo poema destruido
que tenemos que organizar con los restos que nos quedan.
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