martes, 6 de noviembre de 2012

La insignificante vida de los lápices


No gano para lápices. En mis manos los lápices no duran nada. No se trata de algo heroico, nada tiene de memorable. Todo lo contrario, es un fastidio, un engorro que me persigue un día sí y otro también. Me he acostumbrado a aprovecharlos hasta que se reducen de tal manera que ya no puedo sujetarlos. Pero aún así no duran demasiado. A veces los utilizo hasta que se desintegran, hasta que desaparecen entre mis dedos. A veces ni siquiera soy consciente de ello; estoy tan tranquilo dibujando y, de pronto, el pedazo de lápiz que se encontraba entre el dedo índice y el dedo pulgar ha desaparecido. Busco entonces un nuevo lápiz y horas después sucede lo mismo. Esto pasa con todos los lápices que compro, desaparecen como por arte de magia. No me da tiempo a entablar una relación afectiva con ellos. Da igual de qué marca sean, siempre desaparecen entre mis dedos como por arte de magia. Podría montar un show de escapismo, un show sobre la insignificante vida de los lápices, un show sobre la futilidad y el sinsentido de dibujar sin descanso un día sí y otro también desde hace décadas.